Orígenes
Surge con la llegada a finales del siglo XIX del modernismo de José Martí, Rubén Darío, José Asunción Silva,
apartándose de un canon literario específicamente europeo, encuentra ya sus señas de identidad en el
periodo colonial y en el Romanticismo
cuando a principios del siglo XIX se liberaron las distintas repúblicas
hispanoamericanas, proceso que termina finalmente en 1898
con la pérdida por parte de España de sus colonias insulares de Cuba
y Puerto Rico en América, y Filipinas en Asia.
Es habitual considerar que el momento de mayor
auge de la literatura hispanoamericana surge con el denominado Boom a
partir de 1940 y que se corresponde con la denominada
literatura del realismo mágico
o real-maravillosa. Al respecto José Donoso ofrece una clara explicación
del fenómeno en su obra autobiográfica Historia personal del Boom.
Entre los escritores
fundamentales de la primera etapa de este movimiento se encuentran,
fuera de los ya mencionados, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Horacio Quiroga, Manuel Puig, Juan Carlos Onetti,
Pablo Neruda, César Vallejo, Ciro Alegría, José Carlos
Mariátegui, Mario Vargas Llosa,
Alfredo Bryce
Echenique, José
Vasconcelos Calderón, Gabriel García
Márquez, Alejo Carpentier,
José Lezama Lima,
Reinaldo Arenas, Fernando Vallejo, Augusto Roa Bastos,
Miguel Ángel
Asturias
Cualquier reflexión sobre la literatura
hispanoamericana establece de inmediato una doble característica aparentemente
contradictoria: la unidad y la diversidad; la unidad de las letras
hispanoamericanas viene dictada por la comunidad del idioma, por el hecho radical de compartir el español como
lengua común. En cuanto a la diversidad, puede decirse que es una de las
consecuencias históricas de la formación de las nacionalidades en América. De ahí que en el contexto
latinoamericano la clasificación literaria por grupos nacionales pierda de
vista las afinidades entre movimientos, la confluencia de estilos, la idéntica
preocupación por una temática, la unidad, en suma, de un hecho literario que se
expresa en una misma lengua con una portentosa gama de peculiaridades
regionales
La exposición, sin embargo, obliga a mantener un
orden, pero éste, por su mismo carácter convencional, no implica, al menos en
este caso, jerarquización alguna.
Cabe anotar que la denominación de literatura
hispanoamericana se concentra en la literatura producida en lengua española, a
diferencia de la iberoamericana que, además de incluir la producción europea,
reconoce el aporte peninsular (portugués y español) en la conformación de estas
literaturas
La literatura argentina desde el período de
entre guerras
Jorge Luis Borges (1899),
que alcanzó la fama internacional con el “boom” de los años sesenta, es un
escritor que estuvo ligado, ya en los años 20, a los movimientos vanguardistas
del momento. Su reconocido magisterio entre tantos escritores latinoamericanos
contemporáneos no debe hacer olvidar su obra anterior a la Segunda Guerra
Mundial, aunque en parte se haya revalorizado tras el “boom” , ni el
medio literario del que surge. Borges se inicia como poeta con Fervor de
Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925)
y Cuaderno San Martín (1929) y se revela al mismo
tiempo como extraordinario ensayista en Inquisiciones (1925)
y Evaristo Carriego (1930) Posteriormente se
convierte en uno de los grandes escritores latinoamericanos con Historia
universal de la infamia (1935), El jardín de
senderos que se bifurcan (1941), Ficciones (1944),
El Aleph (1952), El hacedor (1960)
y El informe de Brodie (1970), a los que hay que
sumar los volúmenes de ensayos Historia de la eternidad (1936)
y Otras inquisiciones (1952).
Con respecto al medio en que aparece Borges es
importante consignar los nombres de Macedonio Fernández
(1874-1952), Museo de la
novela de la Eterna (1967), Leopoldo Marechal (1900–1970),
de la misma generación que Borges, Adán Buenosayres (1948),
novela y Oliverio Girondo
(1891–1967), Veinte poemas
para ser leídos en el tranvía (1922). Junto a otros
escritores agrupados en la revista Martín Fierro y que integraron el Grupo Florida, hay que mencionar a Leónidas Barletta
como uno de los principales exponentes del Grupo Boedo, con una estética menos
vanguardista y más ligada a las cuestiones sociales. Un caso aparte es Ricardo Güiraldes
(1886–1927), que con Don
Segundo Sombra (1926) corona la novela de la tierra en
Argentina.
Un escritor de importancia en el periodo de
entreguerras, y que recoge con fidelidad el ambiente crítico y desesperado de
la época, es Roberto Arlt
(1900–1942), autor de novelas
como El juguete rabioso (1927), Los siete locos
(1929) y Los lanzallamas (1931),
en las que el habla porteña adquiere una categoría expresiva
novedosa y literariamente original. Enrique
Amorim (1900–1960),
uruguayo integrado en la literatura
argentina, se caracteriza por sus obras de tema rural, El paisano Aguilar
(1934), El caballo y su sombra (1941).
Nicolás Olivari
(1900-1966), poeta tremendista y
atormentado, aporta en este período los volúmenes de poesía La musa de la
mala pata (1936), Diez poemas sin poesía (1938),
Poemas rezagados (1946) y los libros de
relatos La mosca verde (1933) y El hombre de la
navaja y de la puñalada (1933). Mientras que Raúl González Tuñón
(1905–1974), que combina tanto
la estética de Boedo como la de Florida, se destaca como poeta en El violín
del diablo (1926), La calle del agujero en la media
(1930), La rosa blindada (1936)
y La muerte en Madrid (1939). El poeta Fernando Guibert (1912-1983),
llamado "acosador del lenguaje", logra romper con las fórmulas de la
lengua abriendo nuevos niveles de percepción poética con Poeta al pie de
Buenos Aires (1953) y su poema cosmogónico Ahora Vamos
(1983).
La tradición fantástica que inaugura Borges tiene
especial influencia en narradores como Adolfo Bioy Casares
(1914) y Silvina Ocampo (1905).
Tras la novela La invención de
Morel (1940), Bioy publica, dentro de la línea
argentina borgiana, una serie excelente de cuentos que reunirá en 1972
en Historia fantástica. Victoria Ocampo (1893–1979),
hermana mayor de Silvina, es una notable ensayista, Testimonios (1935,
1942,
1946),
y desempeña un papel de gran importancia como editora al fundar en 1931
la revista Sur, que dará a conocer, entre otros, al propio Borges.
Al margen del entorno de Borges se mueven Manuel Mujica
Láinez (1910–1984),
Bomarzo (1962) y Antonio di
Benedetto (1922), Zama (1956),
junto a los que cabe citar a un grupo de narradores dedicados, sobre la
condición humana. Tal es el caso de Eduardo Mallea (1903–1982),
mediante técnicas realistas, a una angustiada indagación sobre la condición
humana: La bahía del silencio (1940),
Todo verdor perecerá (1941), Rodeada está de
sueño (1943), Ernesto Sábato (1911),
novelista que adquirió renombre en los años
sesenta, pese a no ser uno de los protagonistas del “boom”. Su trilogía El
túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961)
y Abaddón el exterminador (1974) constituye un
ejemplo de novela total y es una de las muestras más
sólidas de la narrativa argentina contemporánea.
Julio Cortázar (1914–1984)
es, junto con Borges y Sábato, uno de los escritores de mayor renombre de la
literatura hispanoamericana. En su narrativa confluyen tanto la herencia de
Borges, Marechal y Macedonio Fernández como la de una tradición europea en la
línea de la literatura fantástica surrealista. Sus mejores cuentos se
encuentras en los volúmenes Bestiario (1951),
Final del juego (1956) y Las armas secretas (1959),
mientras que su novela central, que ha gozado de una enorme influencia entre
los jóvenes narradores hispanoamericanos, es Rayuela (1963).
Entre éstos, y en el ámbito argentino, han sobresalido Juan José Saer (1938),
El limonero real y Manuel Puig (1932),
La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas
pintadas (1969).
Nicaragua
En Nicaragua, el enraízamiento de una vigorosa
corriente vanguardista en los años veinte eleva el tono general de la poesía,
filtrando la herencia modernista de Rubén Darío. Un poeta importante es Pablo
Antonio Cuadra (1912), dinamizador de la revista Vanguardia
desde 1928, y cuya obra, a partir de sus Canciones de pájaro y señora
(1929 - 1931), se extiende hasta los años setenta con Poemas nicaragüenses
(1930 - 1933), Canto temporal (1943), Himno de horas a los ojos de
Nuestra Señora (1946 - 1954), Poemas con un crepúsculo a cuestas
(1949 - 1956 y Cantos de Cifar (1971). Ernesto Cardenal (1925), sacerdote
profundamente vinculado al sandinismo, es autor de una poesía inspirada en
ideales revolucionarios, Hora cero (1956), Salmos (1964), Homenaje
a los indios americanos (1970) y Canto Nacional.
Chile: del vanguardismo a la novelística de
Donoso
Dos grandes poetas de la literatura
hispanoamericana aparecen en Chile, afirmándose en el momento en que cede el
creacionismo de Vicente Huidobro
(1893 – 1948). Estos poetas son Gabriela Mistral (1889
– 1957) y Pablo Neruda (1904 – 1973), ambos
Premio Nóbel de Literatura en 1945 y 1971, respectivamente.
La obra poética de Gabriela Mistral, Desolación
(1922), Ternura (1925), Lagar (1954), está hecha de fuerza y de
pasión, y a pesar de su descuidada forma es poseedora, en su canto al amor y a
su Chile natal, de un alto lirismo.
Pablo Neruda es uno de los grandes poetas
de América Latina
en el siglo XX. Su obra incorpora corrientes muy
variadas y presenta una riquísima gama de matices líricos y épicos. Al
neoromanticismo inicial de Crepusculario (1920 – 1923) y Veinte
poemas de amor y una canción desesperada (1923 – 1924), le sigue una
hermética etapa expresionista y surrealista, Residencia en la tierra
(1925 – 1931 y 1931 – 1935), superada por la épica de España en el corazón
(1937) y Canto general (1950). La obra nerudiana culmina en los cinco
volúmenes del Memorial de Isla Negra (1964). La poesía chilena tiene,
asimismo, a un excelente poeta en Nicanor Parra (1914), con sus
singulares “antipoemas”, Poemas y antipoemas (1954), Versos de salón
(1962).
La narrativa chilena contemporánea tiene sus
antecedentes en las novelas naturalistas de Eduardo Barrios (1882 – 1963) y Joaquín Edwards
Bello (1886 – 1968), y prosigue a través de la línea realista de
Manuel Rojas
(1896 – 1973), cuyo eco social se halla también en Fernando Alegría
(1918). Carlos Droguett
une al realismo una mayor preocupación por la forma, Eloy (1960), y Enrique Lafourcade
(1927), satiriza al régimen de Rafael Leónidas
Trujillo en La fiesta del rey Acab (1959). Con José Donoso (1924) la narrativa chilena
alcanza su mayor brillantez, en obras tales como El lugar sin límites
(1966) y El obsceno pájaro de la noche (1970), donde presenta el mundo
degradado de la alta burguesía de su país. El gran poder de fabulación de
Donoso se muestra, asimismo, en una novela posterior de largo alcance: Casa
de campo (1978). Entre los narradores posteriores a José Donoso merece ser
citado Jorge Edwards
(1931), El peso de la noche (1965), Las máscaras (1967).
La literatura de México: del período post
revolucionario a Carlos Fuentes
Hacia los años treinta del siglo XX, la novela de
la revolución mexicana se halla en su auge. El primero en
iniciar esta corriente narrativa había sido Mariano Azuela (1873 - 1952) con una
novela internacionalmente conocida y que constituye uno de los hitos de la
literatura latinoamericana del siglo XX: Los de abajo (1915). Por medio de un
crudo realismo, Azuela presentaba en esta novela una antítesis entre dos
personajes, Demetrio Macías y Luis Cervantes, como representación de los
ideales populares de la revolución, que mueren, al igual que el protagonista, y
del pragmatismo oportunista que termina por adueñarse de la situación,
tergiversando los propios fines revolucionarios.
El impacto de Los de abajo sólo puede ser
comprendido si se atiende al hecho de que crea toda una modalidad narrativa,
que perdurará hasta mediados del siglo XX. Una relación esquemática de la
novelística de la Revolución mexicana
debería incluir las siguientes obras: El águila y la serpiente (1928) y La
sombra del caudillo (1929) de Martín Luis Guzmán;
Apuntes de un lugareño (1932) y Desbandada (1934) de José Rubén Romero
(1890 - 1952); ¡Vámonos con Pancho Villa! (1931) y Se llevaron el
cañón para Buchimba (1934) de Rafael
F. Muñoz; El resplandor (1937) de Mauricio Magdaleno
y finalmente, la pentalogía Memorias de Pancho Villa, que redacta Martín Luis Guzmán
entre 1938 y 1951.
Por la misma época en que se desarrolla esta
narrativa de la revolución, la poesía mexicana se orienta decididamente hacia
el vanguardismo . José Juan Tablada
(1871 - 1945) introduce los haikais tras un viaje al
Japón e influenciado por Guillaume
Apollinaire, compone poemas ideográficos. Sus libros constituyen
un repertorio de formas hasta entonces desconocidas en la literatura de México:
Al sol y bajo la luna (1918), Un día... (1919), Li Po y otros
poemas (1920), El jarro de flores (1922), La feria (1928). Manuel Maples Arce
(1898), publica en 1922 Andamios interiores, que es como un manifiesto
de la estética del estridentismo. La renovación poética toma como punto de
referencia la revista Contemporáneos, que aglutina a poetas como José
Gorotiza (1901 - 1973), XX poemas (1925), Muerte sin
fin (1939); Xavier Villaurrutia
(1903 - 1950), Nostalgia de la muerte (1939), y otros.
Octavio Paz (1914) se da a conocer como
poeta en 1933 con Luna silvestre. Publica más tarde Entre la piedra y
la flor (1941), A la orilla del mundo (1942), un libro de poemas en
prosa, ¿Águila o sol? (1951), Semillas para un himno (1954) y La
estación violenta (1958), libros que en 1960 reúne en Libertad bajo
palabra. A este primer ciclo poético le siguen otros dos: Salamandra
(1962) y Ladera este (1969). Tras dar a conocer dos textos de poesía
óptica, Topoemas y Discos visuales (1968), Paz compila en un cuarto
ciclo su última producción poética, Pasado en claro (1975).
En sus ensayos, Octavio Paz ejerce un magisterio
que, sin duda, es el más influyente en la actual literatura mexicana. Los temas
de que trata son múltiples: literarios: Las peras del olmo (1964), Cuadrivio
(1965); históricos: Conjunciones y disyunciones (1969), La búsqueda
del comienzo (1974); de moral, política, arte, etc.: Puertas al campo
(1966), El mono gramático (1974), Los hijos del limo (1974); sin
olvidar su ensayo sobre la esencia de lo mexicano: El laberinto de la
soledad (1950). El conjunto de esta producción ha convertido a Octavio Paz
en un fecundo ensayista de la literatura latinoamericana.
La lírica mexicana actual, muy influida por Paz,
cuenta con nombres como los de Alí Chumacero (1918), Jaime García Terrés
(1924) y Marco
Antonio Montes de Oca (1932).
Hacia mediados del siglo XX surge, en el campo de
la narrativa, una generación de transición entre los novelistas de la
revolución y la generación joven de narradores contemporáneos. Dos nombres son
fundamentales en este momento: Agustín Yáñez
(1904 - 1980) y Juan Rulfo
(1918). El primero con, Al filo del agua (1947), rebasa técnica y
estilísticamente la novelística anterior, con lo que establece el punto de
partida para la modernización del género. Posteriormente, Yáñez aporta dos
nuevos títulos: La tierra pródiga (1960) y Las tierras flacas
(1962).
Con tan sólo dos obras Juan Rulfo se consagra como maestro de la
literatura latinoamericana contemporánea. En los relatos de El llano en
llamas (1953) aparecen en las áridas tierras de Jalisco, donde "los muertos pesan más
que los vivos". Con una lengua prodigiosa, parca y concisa, y desde un
punto de vista impersonal, Rulfo hace desfilar en una sucesión de encuadres
impresionistas, la acción es escasa, la realidad de unas gentes al borde de la
desesperación. El clima de los relatos es de alucinación, pues no hay ropaje
alguno que enmascare la miseria. En la novela Pedro Páramo (1955)
utiliza idénticos procedimientos para contar una historia que está prendida por
la fatalidad.
De la misma generación que Rulfo es Juan José Arreola
(1918), autor de dos volúmenes de cuentos, Varia invención (1949) y Confabulario
(1952), y de la novela La feria (1963). José Revueltas (1914 - 1976) aporta en
este periodo sendas novelas, El luto humano (1943), Dormir en tierra
(1960), que, en parte, delinean un puente hacia la nueva generación de
narradores, encabezada por Carlos Fuentes (1929). Con La región
más transparente (1958), este autor inicia su exploración de la realidad
mexicana que irá ampliando en sucesivas novelas, Las buenas conciencias
(1959), La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio de piel (1967),
hasta llegar a Terra nostra (1976), la más ambiciosa de sus obras. Entre
los narradores más jóvenes que aparecen en el panorama mexicano después de
Carlos Fuentes cabe señalar, entre otros, a Juan García Ponce,
Tomás Mojarro,
Vicente Leñero,
Salvador Elizondo,
Sergio Pitol y Fernando del Paso.
Entre los poetas, fuera de Paz, hay que destacar
especialmente la independencia y popularidad de Jaime Sabines y la lírica de Rosario Castellanos.
Con el deseo de revitalizar la narrativa y el
ensayo del boom hispanoamericano, ha surgido últimamente la llamada Generación del
Crack, integrada, entre otros, por Ignacio Padilla, Jorge Volpi, Eloy Urroz, Pedro Ángel Palou
y Ricardo
Chávez, y otros que se agregaron después como Alejandro
Estivill y Vicente
Herrasti.
La narrativa del Perú: del indigenismo a
Mario Vargas Llosa
Dos puntos de partida se ofrecen en la literatura
peruana de antes de la Segunda Guerra
Mundial. De un lado, la obra de uno de los grandes vanguardistas
latinoamericanos, el extraordinario César Vallejo (1892–1938),
Los heraldos negros , Trilce (1922),
Poemas humanos (1939), España, aparta de mí este cáliz
(1940). De otro, la dinamización impulsada por José Carlos
Mariátegui (1895–1930)
desde la revista Amauta (1926), que aglutina las
tendencias literarias de vanguardia. Mariátegui aporta además, como ensayista,
sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, siendo el primer
escritor que incorpora el marxismo a su análisis de la realidad hispanoamericana.
Rompiendo totalmente con el indigenismo
paternalista de Clorinda Matto
de Turner. Mariátegui avanzaba un indigenismo liberacionista que
sería incorporado en el pensamiento de mucha de la izquierda latinoamericana.
La narrativa peruana se afirma en 1941
con la publicación de El mundo es ancho y ajeno , de Ciro Alegría (1909–1967),
que consagra el indigenismo en la novela hispanoamericana. José María Arguedas
(1911–1969) presenta una
temática indigenista que se parta del tradicional paternalismo implícito en las
novelas de este género. Para Arguedas, el indio es un ser moralmente superior a
sus explotadores. Las principales obras de este autor son Los ríos profundos
(1958), El sexto (1961)
y Todas las sangres (1964); publicada
póstumamente apareció en 1971 El zorro de arriba
y el zorro de abajo.
Entre los novelistas que heredan las inquietudes
e Arguedas, aunque centradas en un medio urbano, cabe mencionar a Julio Ramón Ribeyro
(1929-1994), quien relata con
estilo irónico las pequeñas aventuras de personajes cotidianos en sus cuentos
recopilados en "La palabra del mudo", Sebastián
Salazar Bondy (1924–1965),
Náufragos y sobrevivientes (1954), Dios en el
cafetín (1964), además de autor de varias obras
teatrales, Osvaldo
Reynoso (1932), El escarabajo y el hombre (1970),
Carlos
Eduardo Zabaleta (1926), Vestido de luto
(1961), Niebla cerrada (1970).
Manuel Scorza (1929–1983),
por su parte, incorpora la temática social andina en forma realista y mística a
la vez en Balada: Redoble por Rancas (1970)
e Historia de Garabombo, el invisible (1972).
Mario Vargas Llosa
(1936) es uno de los grandes novelistas de la literatura
hispanoamericana y figura inciadora del llamado "boom"
latinoamericano. Si en el contexto peruano su obra, que se inicia La ciudad
y los perros (1962), representa una superación de la
temática del indigenismo, al tiempo que una apertura hacia nuevas formas de
novelar, La Casa Verde (1966), Conversación en
La Catedral (1969), en el contexto continental sus
novelas suponen una aportación de primer orden. Aparte de las obras citadas,
Vargas Llosa es autor de un magnífico relato Los cachorros (1966),
así como de otras novelas: Pantaleón y las visitadoras (1973),
La tía Julia y el escribidor (1977) y La guerra del
fin del mundo (1981).
En el momento de apertura en que se mueve la
narrativa peruana, Enrique Congrains
(1932), publica con anterioridad a Vargas Llosa, No
una, sino muchas muertes (1957), obra de temática
urbana. Alfredo Bryce
Echenique (1939) describe el ambiente
de la oligarquía limeña en Un mundo para Julius (1970).
Otro gran exponente de la literatura peruana es Santiago Roncagliolo
quien en el 2006 fue galardonado con el premio alfaguara por su obra Abril
Rojo.
Onetti o la literatura de Uruguay
Es cierto que la gran figura de la actual
literatura uruguaya es Juan Carlos Onetti,
pero no menos cierto es que éste sería incomprensible sin un predecesor
excepcional: Felisberto
Hernández (1902–1963),
genial cuentista que da expresión a los impulsos del inconsciente por medio de
una estructura alógica en Fulano de tal (1925),
Libro sin tapa (1929), La cara de Ana (1930)
y La envenenada (1931) y posteriormente en Nadie encendía
las lámparas (1947) y La casa inundada (1960).
El universo narrativo de Juan Carlos Onetti (1909),
profundamente singular, se mueve entre el escepticismo y la falta de esperanza,
como reflejo de una existencia cuyo sentido parece vacío de todo significado.
Tras las tentativas de El pozo (1939),
Tierra de nadie (1941) y Para esta noche (1942),
Onetti crea un mundo original en La vida breve (1950),
a la que seguirán Los adioses (1954),
Para una tumba sin nombre (1959), La cara de la
desgracia (1960), El astillero (1961),
Tan triste como ella (1963), Juntacadáveres
(1964) y Dejemos hablar al viento (1975).
Con posterioridad a Onetti, sobresale tanto en
poesía como en la novela Mario Benedetti (1920),
Montevideanos (1959), La tregua (1960),
Gracias por el fuego (1965) y El cumpleaños
de Juan Ángel (1971), novela versificada.
También se destaca el escritor contemporáneo Eduardo Galeano, autor de Las Venas
Abiertas de América Latina, de la trilogía Memorias del Fuego y de El
libro de los abrazos, entre otras obras.
La literatura de Venezuela después de doña
Bárbara
El periodo de entreguerras se caracteriza en
Venezuela por el intento de liquidación del modernismo academicista en poesía y por la
aparición de tendencias vanguardistas agrupadas, desde 1936, en la revista Viernes.
En esta llamada Generación
de 1928, sobresale Miguel Otero Silva
(1908) con su obra poética, Agua y cauce (1937), 25 poemas
(1942), La mar que es el morir (1962), Sinfonías tontas (1962), y
narrativa, Fiebre (1939), Casas muertas (1955), Cuando quiero
llorar no lloro (1970). Tienen importancia, asimismo, Miguel
Ángel Queremel (1899 - 1939), inspirador de la revista Viernes,
y Vicente Gerbasi
(1913), que incorpora el surrealismo a su
poesía: Vigilia del náufrago (1937), Bosque doliente (1940), Tres
nocturnos (1946) y, posteriormente, Círculos del trueno (1953) y Por
arte del sol (1958).
La narrativa venezolana aporta en 1929 un título
que, como La vorágine, constituye uno de los grandes hitos en la
novelística latinoamericana del siglo XX. Su autor es Rómulo Gallegos (1884 - 1969), su
título: Doña Bárbara. La acción de la novela se sitúa en los llanos
venezolanos y en su contrapunto entre civilización y atraso, entre hombres y
naturaleza, que en Gallegos no tiene el carácter ciego y devorador que le
confiere Rivera en La vorágine, crea una nueva dimensión novelesca, que
trasciende el costumbrismo decimonónico, con su intensidad simbólica y
expresiva.
Una novela introspectiva y de tonos modernistas
es la que escribe Teresa de la Parra
(1898 - 1936) con Ifigenia: diario de una señorita que escribió porque se
fastidiaba (1924) y Las memorias de mamá Blanca (1929). Arturo Úslar Pietri
(1906) es el más importante narrador de la actual literatura venezolana. Entre
sus cuentos figuran los volúmenes Barrabás y otros relatos (1928), Red
(1936), Treinta hombres y sus sombras (1949) y Pasos y pasajeros
(1966). Uslar ha sido, además, un excelente cultivador de la novela histórica
en Las lanzas coloradas (1930), y en El camino de El Dorado
(1947).
Entre los narradores posteriores, Salvador Garmendia
(1928), ha escrito una obra extensa y renovadora, Los pequeños seres
(1959), La mala vida (1968), Los pies de barro (1973), Memorias
de Altagracia (1974); Adriano González
León (1931) se ha destacado por su fantasía en sus libros de
cuentos, Las hogueras más altas (1959), Hombre que daba sed
(1967), y en sus novelas, País portátil (1968). Más joven que los
anteriores es Luis
Britto García (1940), que se ha señalado con su novela Vela
de armas (1970) y, sobre todo, con un libro de relatos: Rajatabla
(1970).