REALISMO
Y NATURALISMO
Marco
histórico
Con respecto a la época romántica, los cambios más destacados
son:
-En lo social, la burguesía, que se consolida como clase dominante, deriva
hacia posiciones conservadoras. Su apego a la realidad y su espíritu práctico
marcan el ambiente. Frente a la burguesía, las masas obreras luchan por mejorar
sus condiciones de vida.
-En lo ideológico, sigue dominando el liberalismo, que se ramifica en
liberalismo progresista y moderado. Paralelamente, los obreros acogen doctrinas
revolucionarias: socialismo, comunismo, anarquismo (Manifiesto comunista de
Marx: 1848).
-El pensamiento y la ciencia ofrecen novedades que repercutirán en la
literatura. El Positivismo se opone al idealismo romántico y sólo admite como
verdadero lo que se puede observar o experimentar. Con él se relacionan el
“método experimental” , así como la Sociología y la Psicología científica.
Marco histórico y cultural en
España.
La España de la segunda mitad del siglo XIX vive fuertes tensiones sociales y políticas.
La impresión de conjunto es la de un país atrasado que se desangra en
conflictos internos, sin acertar el camino de una convivencia fructífera.
En lo social, destaquemos que el auge de la burguesía es más tardío que en
otros países y conservan mucha fuerza los sectores tradicionalistas (nobleza y
clero). La misma burguesía liberal está dividida entre conservadores y
progresistas. A su izquierda aparecen demócratas y republicanos, así como
movimientos revolucionarios obreros: socialistas y anarquistas (el PSOE se
fundará en 1879).
En lo político, hasta 1868, predomina una tendencia moderada. La revolución del
68, que destrona a Isabel II, abre una etapa progresista, ensangrentada por una
nueva guerra carlistas. La
Restauración de la Monarquía (1875: Alfonso XII) implantó un sistema
de partidos turnantes (conservadores y progresistas alternarán en el gobierno)
que resultó ineficaz.
En lo cultural, asistiremos a semejantes enfrentamientos entre tradicionalismo
y progresismo, son las llamadas “dos Españas”.
El Realismo.
Génesis.
A mediados de siglo, en Francia, se llamó realistas a ciertos artistas que se
proponía reflejar la sociedad del momento en contraposición con las fantasías y
los sueños románticos.
Desde entonces se suele presentar al Realismo como la antítesis del
Romanticismo. Ello no es del todo exacto. En ciertos escritores románticos,
junto a los rasgos propios del movimiento, ya se hallaban admirables cuadros
realistas (así, en novelas como Los miserables, de Víctor Hugo o en los típicos
cuadros costumbristas).
Lo más exacto sería decir que del Romanticismo se pasa al Realismo mediante un
doble proceso: a) eliminación de ciertos elementos como lo fantástico, los
excesos sentimentales, etc.; b) desarrollo de otros como el interés por la
naturaleza, por lo regional, por lo costumbrista, por lo cotidiano.
Características.
· Observación rigurosa y la reproducción fiel de la vida. El escritor ha
asimilado las lecciones del método experimental, de la Sociología o de la Psicología. Se documenta
sobre el terreno, toma apuntes sobre el ambiente, las gentes, su modo de
vestir, etc. Ese deseo de exactitud se verá reflejado en la descripción de
costumbres o de ambientes –rurales o urbanos, refinados o populares– (Balzac,
Dickens, Galdós) y en la descripción de personajes, origen de la gran novela
psicológica (Flaubert, Dostoyevski).
· En lo narrativo, el escritor adopta una actitud de cronista más o menos
objetivo.
· Las descripciones, de ambientes o de tipos, adquieren un papel relevante en
la obra.
· El estilo tiende a la sobriedad. En los diálogos, la lengua se adaptará a la
índole de los personajes, por ejemplo, el reflejo del habla popular, entre
otras.
· La novela es el género que mejor se adapta a los propósitos del movimiento
realista y naturalista.
El Naturalismo.
Recibe el nombre de Naturalismo una corriente fijada por el novelista francés
Émile Zola (1840-1902). A los postulados del realismo añadió Zola ciertos
elementos tomados de doctrinas típicas de su tiempo:
· El materialismo. Niega la parte espiritual del hombre: los sentimientos,
ideales, etc., son considerados productos del organismo.
· El determinismo. Los comportamientos humanos están marcados por la herencia
biológica y por las circunstancias sociales.
· El método experimental. Igual que un científico experimenta con sus cobayas,
el novelista debe experimentar con sus personajes, colocándolos en determinadas
situaciones para demostrar que su comportamiento depende de la herencia y del
medio.
De los presupuestos anteriores se derivan varias consecuencias literarias:
1. En cuanto a temas, ambientes y personajes, abundan los asuntos “fuertes”,
las bajas pasiones, así como personajes tarados, alcohólicos o psicópatas,
seres que obedecen, sin saberlo, a sus tendencias genéticas, si bien sus
reacciones difieren accidentalmente según el ambiente en que se han educado.
2. En la técnica y el estilo se llevan a sus últimas consecuencias los métodos
de observación y documentación del Realismo. Igualmente se hace más precisa la
reproducción del habla.
La
Poesía y el Teatro de la Época Realista.
La Poesía.
En esta segunda mitad del siglo XIX desarrollan su obra dos poetas
excepcionales: Bécquer y Rosalía, estudiados en el tema del Romanticismo.
La mentalidad burguesa y realista no favoreció el desarrollo de la lírica. Las
dos tendencias más características del momento son el prosaísmo de Campoamor y
el retoricismo con pretensiones cívicas y filosóficas de Núñez de Arce.
Ramón de Campoamor (1817-1901) alcanzó fama con sus Humoradas, Doloras y
Pequeños poemas, en los que alternan ironía escéptica y sentimentalismo. Quiso
introducir el lenguaje coloquial en la poesía, pero con dudoso acierto.
Gaspar Núñez de Arce (1834-1903) es autor de poemas grandilocuentes de temas
cívicos y de estilo cercano al de los discursos políticos de su época. Sus
composiciones filosóficas son vanamente pretenciosas. Citemos su libro Gritos
del combate (1875).
El Teatro.
El teatro de esta época tiene escasa importancia, si exceptuamos la labor
teatral de Galdós. Perviven, por un lado, ciertos rasgos del Romanticismo. En
esta línea romántica cosechó éxitos José de Echegaray (1832-1916) con
altisonantes dramas hoy insufribles, como El gran Galeoto. Fue, no obstante, el
primer español que logró el Premio Nobel (1904).
A los gustos realistas responde un género llamado alta comedia, que se
caracteriza por abordar temas contemporáneos, con cierto enfoque didáctico y un
lenguaje más sobrio. La cultivaron, por ejemplo, López de Ayala y Tamayo y
Baus, entre otros autores hoy olvidados.
Autores realistas españoles más importantes.
“FERNÁN CABALLERO” (1796-1877)
Pseudónimo de Cecilia Böhl de
Faber, hija del cónsul alemán en
Cádiz. Cultivó un costumbrismo andaluz, con enfoques sentimentales y
moralizantes. Destaca su novela La
Gaviota (1849). Fernán Caballero y Pedro Antonio Alarcón
representan el prerrealismo o transición del Romanticismo al Realismo.
PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN (1833-1891)
Granadino. Comenzó también como
escritor costumbrista y romántico. Elementos románticos hay aún en novelas
suyas como El escándalo (1875). En cambio, es de un transparente realismo El
sombrero de tres picos (1874), auténtica joya de la novela corta española, por
lo divertido del argumento, la aguda captación de tipos y ambiente y la viveza
del estilo.
JUAN VALERA (1824-1905)
Aristócrata cordobés,
cultísimo, liberal y escéptico, comenzó a los cincuenta años su carrera de
novelista con una obra maestra, Pepita Jiménez (1874), cuyo protagonista se
debate entre una vocación religiosa más convencional que profunda y la fuerte
atracción que siente por la mujer que da título a la obra. Los impulsos humanos
vencerán. Y lo mismo sucede en varias obras suyas, como Juanita la Larga, otra novela
espléndida. Valera es realista por lo riguroso de su observación, pero rehuye,
sin embargo, los aspectos más penosos o crudos de la realidad. Su arma crítica
es una sutil ironía. Lo caracterizan, además, su penetración psicológica (sobre
todo en los personajes femeninos) y un estilo cuidado, tan elegante como
sencillo.
JOSÉ MARÍA PEREDA (1833-1906)
Santanderino. Se sitúa en una
línea tradicionalista, apegada a una visión idílica del campo (frente al
dinamismo urbano). Así exalta la naturaleza y las gentes sencillas de su
tierra: el mar y los pescadores en Sotileza (1885), la montaña en Peñas arriba
(1895). Sobresalen sus pinturas de paisajes, aunque demasiado minuciosos a
veces.
ARMANDO PALACIO VALDÉS
(1853-1937)
Asturiano. Presenta también una
exaltación de las virtudes tradicionales, frente al progreso. Así, en La aldea
perdida (1903) cuenta los estragos de la invasión minera en un valle asturiano,
antes idílico y luego degradado. Se hicieron famosas otras novelas suyas como
La hermana San Sulpicio o La alegría del capitán Ribot.
EMILIA PARDO BAZÁN (1851-1921)
De la escuela naturalista tomó
el gusto por los rudos ambientes sociales, con sus pasiones violentas y sus
crudezas. Los pazos de Ulloa y La madre Naturaleza (1886-1887) componen un
intenso cuadro de gentes y paisajes de su Galicia. Aparte otras novelas, es
autora de varios centenares de cuentos, a menudo excelentes.
VICENTE BLASCO IBÁÑEZ (1867-1928)
Es el novelista más cercano a
la escuela naturalista: se le llamó “el Zola español” y , en efecto, comparte
con éste el gusto por ambientes sórdidos, la crudeza de los temas y la
preocupación por las taras hereditarias. Ello va unido al vigor con que supo
captar el mundo rural de su tierra, Valencia, en novelas que se harían
famosísimas, como La barraca (1894), Cañas y barro (1902), etc.
Los dos escritores
realistas más destacados: Galdós y Clarín
GALDÓS
Biografía
Nació en Las Palmas (Islas Canarias) en 1843, el décimo hijo de un coronel del
Ejército. Fue un niño reservado, interesado por la pintura, la música y los
libros. La llegada a Las Palmas de una prima le trastornó emocionalmente y sus
padres decidieron que fuera a Madrid a estudiar Derecho, en 1862. Leyó con
voracidad a los autores realistas europeos y con devoción a Cervantes. En
Madrid entra en contacto con el krausismo por medio de Francisco Giner de los
Ríos, el cual le anima a escribir y le presenta en la redacción de algunas
revistas. Se transforma en un madrileño que frecuenta tertulias literarias en
los cafés, que asiste puntualmente al Ateneo madrileño, que recorre
incesantemente la ciudad y se interesa por los problemas políticos y sociales
del momento: se define a sí mismo como progresista y anticlerical.
En 1868 viaja a París y descubre a los grandes novelistas franceses. A su
regreso traduce a Dickens, escribe teatro y, por fin, en 1870 se decide a
publicar su primera novela, La
Fontana de oro, con el dinero que le da una tía, ya que en
esa época las novelas o se publicaban por entregas en publicaciones periódicas,
revistas y periódicos, o corrían a costa del autor; la obra era todavía
romántica pero en ella ya empezaban a verse sus ideas radicales que aflorarán
en el decenio siguiente. En estos años comienza a escribir los Episodios
nacionales, en la década de 1880, su época de máxima creación. También en estos
años se compromete activamente en política, ya que de 1886 a 1890 es diputado por
el partido de Sagasta, aunque nunca pronunció un discurso. A pesar de la
oposición ultracatólica que no le perdonó haber escrito Doña Perfecta (1876),
un panfleto anticlerical, fue elegido miembro de la Real Academia
Española. El paso de los años le daban brío y en 1892 se entregó a la reforma
del teatro nacional. El estreno de Electra (1901) supuso un acontecimiento
nacional: al acabar la representación los jóvenes modernistas (ver modernismo)
acompañaron al autor hasta su casa en loor de multitud. En 1907 volvió al
Congreso, como republicano, y en 1909 con Pablo Iglesias, fue jefe titular de
la “conjunción republicano-socialista”. Su izquierdismo fue el causante de que
no se le otorgara el Premio Nobel. En 1920 murió ciego y pobre en Madrid, su
ciudad de adopción.
Valoración de su obra
La obra de Galdós se caracteriza por su marcado y nítido realismo. Él es un
gran observador con toques geniales de intuición que le permiten reflejar tanto
las atmósferas
de los ambientes y las situaciones que describe como los
retratos de lugares y de personajes. Se sirve del lenguaje para identificar a
sus personajes y esto ha hecho que muchas veces se le acuse de lo que no es:
usa un lenguaje ramplón cuando describe o habla un personaje ramplón. El
encanto de Galdós está en la sensación de espontaneidad y viveza que nos
transmite mediante un estilo expresivo, ágil y sugerente. Es revelador el
número de obras suyas que han pasado al cine o a la televisión. Tras Cervantes,
numerosos estudios lo sitúan en la mayor altura de la novela española. Galdós
dividió su obra en “Episodios nacionales”, “Novelas españolas de la primera
época” y “Novelas españolas contemporáneas”. Además hay que considerar su
teatro.
Episodios nacionales
Desde 1873 a
1912, Pérez Galdós se propuso el ambicioso proyecto de contar la historia
novelada de la España
del siglo XIX, es decir, desde 1807 hasta la Restauración, con la
intención de analizar el protagonismo de las fuerzas conservadoras y de
progreso en España. Son 46 novelas distribuidas en cinco series de diez obras
cada una, excepto la última que quedó interrumpida y sólo tiene seis. Obras
corales, épicas, que cubren la anécdota del protagonista individual. Muy lejos
de la novela histórica del romanticismo, Galdós se documenta con rigor y hasta
donde puede de los hechos históricos y los comentarios están narrados con gran
objetividad.
Las dos primeras series (1873-1879) cubren la guerra de Independencia y el reinado
de Fernando VII. En ellas el autor manifiesta un cierto optimismo en una
evolución lenta pero segura hacia el progreso. Entre las obras más celebradas
de estas series se encuentran Trafalgar, Bailén, Napoleón en Chamartín o La
familia de Carlos IV.
En 1898, retomó de nuevo las series, en las que trabajó hasta 1912. Cubre desde
las Guerras Carlistas hasta la Restauración. El optimismo galdosiano se ha
apagado y ahora aparece la visión amarga de la España profunda dividida y
enfrentada en guerras fratricidas; ante esta convicción el autor busca una
salida en el ideal de “la distribución equitativa del bienestar humano”
resultado de su izquierdismo político. Algunas de las obras de este periodo son
Zumalacárregui, Mendizábal, De Oñate a La Granja, Amadeo I o el último episodio, Cánovas.
Novelas españolas de la primera
época
Hasta 1880 escribe unas novelas de tesis, maniqueas, donde los buenos son
personajes modernos, abiertos, liberales y progresistas, y los malos,
conservadores, tradicionalistas, fanáticos religiosos e intransigentes. Obras
simplistas llenas de ardor juvenil. Entre éstas destacan Doña Perfecta (1876),
Gloria (1877) y La familia de León Roch (1878). En Doña Perfecta cargó las
tintas en el anticlericalismo y en el enfrentamiento entre progreso y
tradición; en Gloria repartió por igual la intransigencia religiosa entre
judíos y católicos, y en La familia de León Roch entre católicos y liberales.
Novelas españolas
contemporáneas
Así llamó Galdós a veinticuatro novelas que publicó a partir de 1880. Es un
impresionante cuadro del Madrid y de la España del momento, en que se dan cita toda clase
de ambientes, tipos, sentimientos, desde los más nobles a los más bajos. En
estas obras el autor ya no utiliza planteamientos maniqueos religiosos o políticos
para valorar las conductas de sus personajes, y con plena libertad analiza sus
sentimientos, deseos y frustraciones. Lo que surge es un conjunto impresionante
de mezquinos, bondadosos, burgueses adinerados, nobles arruinados,
desheredados, grandezas y miserias de gentes que viven para aparentar. Galdós
consigue captar esta pluralidad social y vital con técnicas narrativas nuevas
sirviéndose tanto del monólogo interior, como del estilo indirecto o del
personaje narrador —que ya había utilizado en los primeros Episodios
Nacionales—. Ahora el autor presenta y el lector juzga.
La primera de estas novelas es La desheredada (1881), obra naturalista en la
que la protagonista, una muchacha loca que está en el manicomio de Leganés
(Madrid), se cree descendiente de un aristócrata y acaba en la prostitución; El
amigo Manso (1883) —obra que ya anuncia las “nivolas” de Miguel de Unamuno—
plantea el contraste entre un profesor krausista y su superficial y taimado
alumno; en Tormento (1884) la protagonista es engañada y seducida por un
sacerdote disoluto y la recoge un indiano enriquecido aunque no se casa con
ella; en Miau (1888) describe las penalidades de un cesante progresista durante
un gobierno conservador, y el infierno de la burocracia; la usura aparece tratada
en Torquemada en la hoguera (1889) en la que se narra la ascensión social de un
usurero que acaba convertido en senador. Entre todas estas obras destaca
Fortunata y Jacinta (1887) el mural más extraordinario sobre la historia y la
sociedad madrileña de la época y una de las mejores novelas de la literatura
española: Juan Santa Cruz es el amante de una muchacha pobre, apasionada y
enamorada, pero se casa con su prima, la dulce Jacinta, que sufre las
infidelidades del marido. Fortunata se queda embarazada y el “señorito
satisfecho” —como Ortega y Gasset definió al prototipo de este personaje— busca
otra amiga. Fortunata tiene a su hijo pero llena de celos provoca una riña con
la nueva amante que la llevará a la muerte no sin antes haber entregado el hijo
a Jacinta. Sobre este argumento central en el que se tejen otros y con la
realidad político social del momento de fondo, Galdós se situó como narrador
cómplice de la Naturaleza
que rectifica los errores de sus hijos.
En los años noventa surge una actitud espiritualista en la novelística de
Galdós. El tema ético y religioso se aborda en Nazarín (1895) —que Luis Buñuel
llevó a la pantalla, como también hizo con otra novela de Galdós, Tristana— en
la que se ve a un sacerdote perder la fe porque su pureza evangélica no es
comprendida ni aceptada por un mundo mezquino; Misericordia (1897) está
considerada como una de sus obras maestras y en ella retrata a la dulce Benina
que mendiga para llevar dinero a la casa en la que trabaja de criada sin cobrar
y en la que aparece el retablo más descarnado de la miseria madrileña.
Fortunata y Jacinta (1886-1887)
Al igual que la Regenta,
se trata de una novela extensa y muy cuidadosamente construida que desarrolla,
sobre la base de diversos triángulos amorosos, la convulsa y cambiante vida
social madrileña entre 1873 y 1876, entrelazando los elementos de ficción y los
históricos.
En la obra Galdós despliega muchas de sus mejores artes narrativas: minuciosa
captación de ambientes y tipos, uso magistral de diálogos, empleo de novedosos
monólogos interiores, sabio manejo de múltiples anécdotas argumentales, etc.
Consta de cuatro partes. Lleva el subtítulo de Dos historias de casadas.
Básicamente narra las aventuras amorosas de Juanito Santa Cruz, joven madrileño
de clase media, casado con su prima Jacinta, tras sus relaciones con Fortunata,
mujer de condición humilde, a la que abandona al quedar ésta embarazada.
Fortunata se entrega a la prostitución, pero es redimida por Maximiliano Rubín,
joven idealista al que ella admira y con el que acepta contraer matrimonio, sin
que pueda olvidar su amor por Santa Cruz.
Éste, exasperado por la esterilidad de Jacinta, busca de
nuevo a Fortunata, quien al día siguiente de su boda vuelve a unirse con su
antigua amante, de quien quedará otra vez encinta. Pero el carácter inestable
de Santa Cruz lo lleva a infidelidades con Fortunata y, de nuevo, a la
reconciliación con Jacinta. Fortunata muere después del parto, y es llorada por
su esposo y por su amante. Se trata de una historia más o menos folletinesca
enriquecida con con insinuaciones simbólicas de tipo político.
CLARÍN
Datos
biográficos
Nació en Zamora, en 1852, pero se sintió profundamente asturiano, como su
familia, y pasó la mayor parte de su vida en Oviedo, donde estudió Derecho y
fue catedrático de Universidad. Allí murió en 1901.
Hombre de grandes inquietudes espirituales, perdió la fe en una crisis juvenil
y la recobró en 1892, aunque al margen de la ortodoxia. Fue muy crítico con el
catolicismo tradicional. En política fue un liberal republicano muy sensible
ante las inquietudes sociales. Es, ante todo, un intelectual independiente que
desarrolló una importante actividad crítica y nos dejó una activada narrativa
no muy amplia, pero de gran valor.
Obra crítica y narrativa
Como crítico literario destaca por la agudeza de sus juicios. Además sus
artículos nos revelan sus preferencias de escritor: admira a Balzac y, más aún,
a Flaubert; defendió a Zola, con reservas. Entre los españoles, alabó a Galdós.
Como novelista, comienza con La
Regenta (1884). Publicó después Su único hijo (1890),
estimable, pero inferior a aquella.
Además compuso más de setenta cuentos, en cuyas páginas conviven enfoques
críticos con la ternura hacia las gentes humildes. El más famoso es ¡Adiós,
Cordera!, obra maestra del género por su hondura emotiva y su perfección
formal.
La Regenta
Una de las mejores obras de toda la narrativa. Estamos ante una novela
excelente porque reúne profundos problemas humanos, un vasto panorama social y
un máximo rigor artístico.
No hay novela del siglo XIX que la iguale en riqueza psicológica de los
personajes, sobre todo de los dos más importantes: Ana y don Fermín.
El panorama social que refleja es el de Oviedo (Vetusta en la obra), pero
resume el de toda España: una aristocracia corrupta, un clero materializado,
una burguesía vulgar... Todos los variados escenarios no son simples decorados,
sino que condicionan los comportamientos de los personajes. (En este sentido se
puede hablar de naturalismo).
Asombra su técnica constructiva. En los capítulos 1-15, sólo transcurren tres
días, y a ritmo lento penetramos en el ambiente y en las almas. Los capítulos
16-30 desarrollan los conflictos planteados.
El estilo es de gran modernidad. Se pasa de la objetivad a la ironía. Los
diálogos están llenos de variedad y viveza.
Resumen del argumento: Ana Ozores está casada con el Regente de la Audiencia, don Víctor
Quintanar, hombre bonachón, mucho mayor que ella. El temperamento insatisfecho
y soñador de “La Regenta”
le hace oscilar entre una religiosidad sentimental (que aprovecha su confesor,
el turbio D. Fermín de Pas) y una sensualidad romántica (que la hará caer en
las manos del cínico seductor Álvaro Mesía). El final es desolador: el marido
muere en un duelo con don Álvaro; Ana será abandonada por todos y condenada por
una sociedad tan hipócrita como implacable.
Autores realistas europeos.
Autores franceses
STENDHAL (Grenoble, 1783-París, 1842)
Su mérito como novelista radica especialmente en el estudio psicológico de sus
personajes. Aunque fundamentalmente romántica, su obra anticipa el realismo y
psicologismo posterior.
Sus grandes novelas son: La cartuja de Parma y El Rojo y el Negro. Esta última
ha sido considerada por la crítica como la iniciadora de la novela realista.
HONORÉ DE BALZAC (Tours, 1799-París, 1850)
De gran capacidad imaginativa, retrata toda una sociedad cuyo móvil fundamental
es el dinero. Muy minucioso y detallista en sus descripciones. Escribió un
enorme conjunto de novelas de asunto contemporáneo, agrupándolas bajo el nombre
de La comedia humana. En ella quiso reflejar todos los ambientes de la sociedad
francesa en la primera mitad del siglo XIX.
GUSTAVE FLAUBERT (Rouen, 1821-Croisset, 1880)
Es el autor de la mejor novela del realismo francés: Madame Bovary. Otras obras
suyas son Salambó o La educación sentimental.
Su obra se distingue por la depuración estilística y el gran cuidado en el
acopio de datos.
ÉMILE ZOLA ( París, 1840-París, 1902)
Es el representante más destacado del naturalismo. Pretendió desarrollar la
llamada novela experimental, para trasladar a la literatura el método
experimental. Alcanzó notoriedad con la serie Los Rougon-Macquart, en la que
describe la vida de una familia francesa durante el Segundo Imperio. Entre los
veinte volúmenes que componen la serie destacan El vientre de París, La Taberna y Germinal.
Autores ingleses
CHARLES DICKENS (Portsmouth-Godshill, 1870)
Máximo representante de la novela realista inglesa. Dickens es un maestro en la
construcción de narraciones cuyos protagonistas son niños. Creador de
caracteres de tendencia moralizante y de gran influjo en la novela europea. Sus
obras más destacadas son: Tiempos difíciles, Los papeles póstumos del Club
Pickwick, David Copperfield, Cuento de Navidad y Oliver Twist.
Autores rusos
FEDOR DOSTOIEVSKI (Moscú, 1821-San Petersburgo, 1881)
Su gran mérito radica en sus cualidades de psicólogo y en su acción creadora de
personajes. Toda su obra refleja una inmensa piedad por los seres más
desgraciados y una honda comprensión, en el fondo esencialmente cristiana, de
las debilidades y miserias humanas. Sus obras tienen un tono angustioso, pero
de profunda compasión y respeto por el alma humana. Entre sus obras más
destacadas están El idiota, Crimen y castigo, y Los hermanos Karamazov.
LEV TOLSTOI (Yasnaia Polaina, 1828-Astapovo, 1910)
Su ideología se haya impregnada de un humanitarismo idealista; el afán de
justicia social , el amor a los humildes, y la tesis de que el ser humano debe
vivir de acuerdo con su conciencia son características muy relevantes. Entre
sus obras destacan Guerra y paz, brillante evocación de las campañas
napoleónicas en Rusia, y Ana Karenina, de ambiente contemporáneo y trágico
final. Gozó de inmensa popularidad en Europa a fines de siglo, y contribuyó a
dar a la literatura un tono de espiritualidad.